Valencia, 05/04/2009. Fuente: Tendencias Hábitat 2007. Publicado por AIDIMA
Si la mezcla en nuestra casa nos describe como personas, si las combinaciones de muebles y objetos de diversas procedencias, estilos y épocas reflejan el actual movimiento de la gente y los objetos por el mundo, si esas misceláneas conforman el retrato más certero de la sociedad abierta y móvil de hoy, ¿cómo convivir con la mezcla? No se confundan. La casa mestiza no es la casa irracional. Baste recurrir al ejemplo de la casa que el matrimonio Eames levantó, en apenas tres días, en un lugar de California llamado Pacific Palisades. Erigida en 72 horas, podrán suponer que la vivienda era una casa absolutamente racional. Así es. Por fuera era, es -todavía se conserva, 58 años después-, un precioso mecano, pero por dentro, su interior es un retrato a media. El retrato del matrimonio de diseñadores más famoso de todos los tiempos, incluso ahora, cuando ya no están.
Dentro de la casa, los muebles que diseñaban convivían con las raíces y las piedras que a Ray le gustaba coleccionar. En aquella casa abierta, los objetos procedentes de sus viajes terminaban por tener un aire de familia con las sillas que ellos dibujaban entonces y que todavía hoy se encuentran entre las más famosas del mundo.
El mestizaje doméstico se refleja también en las propuestas para nuevos muebles, en la combinación de lacas japonesas y bordados hindúes que marca las nuevas colecciones de los fabricantes italianos, en el doble uso de tantas piezas (mesilla-taburete-aparador) y hasta en los acabados y los tapizados bicolor de los asientos. Pero no sólo la casa atraviesa tiempos definidos por la indefinición.
También la moda se resiente, tal vez, de un exceso de velocidad en los cambios. La pasarela dice que suben las cinturas y se estrechan los pantalones. Pero los ciudadanos seguimos aprovechando los pantalones de talle bajo. Es imposible estar a la última. Porque la última nace ya caduca.
Vivimos un tiempo sin un retrato físico claro, y esa indefinición nos da libertad o nos da vértigo. Ya se sabe: la falta de normas libera tanto como marea. Así, aunque el interior de las casas muchas veces cambie con menos velocidad que el exterior de una ciudad, por fin hemos aceptado lo que los arquitectos llevaban siglos diciendo de sus propias viviendas: La casa propia es un trabajo sin fin. De la misma manera que uno no termina nunca de cambiar en su vida, uno nunca acaba de diseñar y decorar el lugar donde vive esa vida. Hoy, nuestras viviendas son como las vamos haciendo. Mezcladas parece que son más nuestras. Al fin y al cabo, ¿qué es nuestra casa?, ¿las cuatro paredes que habitamos o las cosas encerradas por ellas?
Si la casa es un retrato de sus inquilinos, no puede ser nunca un espacio puro. Las arquitecturas encorsetadas reflejan más una ambición, o un límite,que una realidad. Y aunque hay maneras objetivas de combinar el orden y la variedad (construyendo marcos neutros o recurriendo al orden monocromo), lejos de ser un escenario caótico bajo la ley del todo vale, la casa mestiza es un intento humilde y realista por construir un espacio a la medida de nuestras contradicciones y nuestras vidas cambiantes. Que las casas sean flexibles no implica que se borre el pasado que hay en ellas. Todo lo contrario, en la casa mestiza hay lugar para pasado y futuro. Por eso, lo que escribió Juan Ramón Jiménez con bucolismo: “y yo me iré y se que darán los pájaros cantando”, lo retornó Alberto Savinio con pragmatismo: “El hombre pasa y el mueble permanece”: Permanece para testimoniar, para evocar, para recordar a quien ya no está. Para desvelar secretos. Hoy, en la casa mestiza, esa convivencia es posible.
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