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El universo del lujo

Desde el inicio de la dinámica de las tendencias, la presencia de esta tendencia se posicionó más allá de todo valor de ostentación o de exceso, el lujo viene a definirse como lo “mejor” absoluto: el mejor producto, el mejor saber hacer, la mejor calidad, el mejor servicio… sea el que sea el dominio de aplicación. De hecho, lo “caro”, lo “reluciente”, lo “brillante”, lo “inaccesible”… términos que se han atribuído a menudo, han sido evitados o desechados. En el actual periodo de la económica, todos los signos exteriores de riqueza, todo lo que resuena y es ostentoso, vuelve con intensidad y se impone sin complejos, sin reservas. El dinero circulante incita aun mas a consumir con avidez, con sobrecarga de apariencias. Así, cierta idea antigua de lujo propio de los lugares públicos, tiene paradójicamente a “democratizarse” y a extenderse, lo cual conlleva una redefinición del mismo.

Si bien es verdad que desde sus inicios el lujo se movió en un registro de sobriedad, como reacción se produjo un cambio y una toma de interés hacia la materia como espacio de desarrollo de lo sensible; también es verdad que esto mismo es lo que ha posibilitado que el lujo se manifieste en la actualidad de dos formas distintas: una más tradicional a través del uso de signos ancestrales en base a la reutilización e materiales explicitamente llujosos, voluntariamente ostentosos, como las maderas noble, las pieles, los lacados y patinados de las superficies, el cristal valorado (Murano..), el oro… donde la composición, la rareza, la calidad de los productos artesanales, el tratamiento especiales de las superficies, han adquirido mucha relevancia; la otra más novedosa, al ser extendida como el emerger de un lujo inédito, menos visible… exaltado de manera irrefutable el valor intrínseco de un arte material, una tecnología, una funcionalidad, incluso una calidad de vida… lujo residente no solo en la apariencia, sino también en la integración de un gran número de servicios, que proporcionan ese pequeño extra “lo más”, sin necesidad de mostrarlo, sin necesidad de omnipresencia. En este momento ambas posturas siguen manteniendose por igual en la configuración del universo del lujo.

Contrario a sus principales fundamentos, como exclusividad, inaccesibilidad o excelencia, el lujo se adentró en otros territorios que no están exclusivamente representados por el aspecto, sino a nociones menos tangibles como el espacio, el tiempo, el conocimiento o las tecnologías afables. Vivir lujosamente no ha sido simplemente rodearse de riquezas consumibles, ha ido más allá de un simple juego de referencias o de signos connotados. Por lo comentado, el momento actual sigue siendo extremadamente interesante, mucho más que en las dos décadas pasadas, pues no solo las ideologías y las filosofías se redefinen, sino también cada uno de nosotros redefine sus horizontes. En este nuevo marco, la idea del lujo distante del valor de riqueza, ha provocado que muchas de las empresas donde el diseño es una variable estratégica, se interroguen sobre el origen del lujo, sobre sus definiciones iniciales. Por eso actualmente observamos como el lujo abandona la idea prevaleciente en los ´80, de que el lujo era tiempo. Lujo no es ya tener tiempo para hacer esto o aquello, el lujo es hacer algo bien. El lujo se desmaterializa en busca de placeres sensuales vinculados al confort (materiales) y al progreso (tecnologías), todo lo cual en el universo el hábitat, no es visible o palpable siempre (la domótica, lo numérico, lo digital, lo sintético…); pues se vale de aquellas capacidades que posibiliten alcanzar los límites reales que nos separan de lo imaginario, hasta alcanzar las fronteras de lo extraordinario.

Actualmente el lujo mantiene cierto hermetismo sobre sus variables fundamentales, esto es así porque las nuevas formas de lujo han emergido en tiempo muy reciente, y porque de forma insoslayable están ligadas a las áreas de la producción y la economía… a la vez que estamos en proceso de reconstituir ideologías y modelos. Los objetos muy lujosos, desde el punto de vista de la fabricación, no tienen sentido ni economicamente, ni con respecto a la satisfacción que proporcionan… porque hablar de hecho a mano, cosido a mano, tienen más que ver con marketing y no reflejan la realidad del objeto en sí mismo.

Siguen existiendo dos categorías básicas de clientes en esta tendencia: la gente que compra por garantía de calidad en el diseño, en fabricación, en originalidad, en firma… Y la gente que busca combinar dierentes funcionalidades, con nuevas exigencias en cuanto al hecho de amueblar o habitar participa en redefinir el lujo. Es aquí donde reside una de las dimensiones principales del lujo: la integración de muchas funciones en una sola pieza, por lo cual se desmaterializa, ya no está unido a un simbolo de status, ni a la presencia real del objeto. El lujo, al amparo de la forma material, se basa sobre todo en la libertad de uso de una misma cosa. Escapar de lo real para dar forma a esa parte de imaginario ausente de la vida cotidiana, a esa necesidad que todos tenemos de brillar, de entrar en escena… Liberarse, por tanto, de las restricciones de la vida cotidiana para sumergirse en un mundo en el que la necesidad apenas existe. Esos deseos dan lugar a espacios de prestigio entre parentesis, a reinos de teatralidad y de una mitología de lentejuelas en las que se combinan todos aquellos atributos de la apariencia, del encanto, de la seducción. Estos espacios llenos de glamour invitan a la despreocupación o a su nostalgia. Espacios, objetos, adornos y actitudes se aferran a la idea de una elegancia suprema, casi discreta o glacial, y a la vez de un buen gusto inevitable, ostentosos hasta excesivo, al que todos los creadores, sobre todo los de moda, han recurrido siempre.

El lujo, ya sea verdadero o falso, puede adueñarse en una palabra del espacio como la combinación voluntaria de épocas o de géneros. Es el arte de un consumo anacrónico, o bien el signo de una atemporalidad dentro de un sistema en el que el dinero y el tiempo podrían no tener ninguna importancia. También se trata de un juego de la despreocupación, de una informalidad que proyecta hacia el universo cuentos de hadas o sueños. En la otra cara de la moneda, en esa voluntad de dejar a un lado lo “correcto”, escapamos de la razón para decidir que es posible vivir el sueño, mientras que la decadencia deberá tomarse como la realidad.

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